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A nuestres amigues en terapia

Artikel
13.07.21

Alberto García del Castillo ­­y Fátima Masoud Salazar

 

Read the text in English

 

Tras haber completado una residencia en el marco del programa “How to Live and Work Now? In the Arts and Beyond” (¿Cómo vivir y trabajar ahora? En las artes y más allá) en Kaaitheater en Bruselas en febrero de 2021, hemos escrito esta reflexión epistolar sobre nuestra colaboración en un proyecto de investigación artística, experimental y colaborativa sobre enfoques queer colectivos a la reducción de riesgos* y a la acción de reunirse. Dicho proyecto comenzó en 2020 con un primer ejercicio preparatorio entre Talya Cholet y Alberto en el centro de arte Komplot, también en Bruselas. Para realizar esta reflexión, hemos partido de una serie de preguntas que recibimos de Eva Decaesstecker, del departamento de prensa y comunicación en Kaaitheater, y para escribir este texto mantuvimos una correspondencia por correo electrónico a lo largo de varias semanas.

* (Los términos “reducción de daños” y “reducción de riesgos” son utilizados en diferentes ámbitos; nosotres hemos optado por “reducción de riesgos” para poner el acento en conductas que preceden a un comportamiento social dado.)

En las misivas que compartimos con vosotres tras esta introducción, hemos practicado un ejercicio de confluencia política, artística y discursiva, además de un ensayo de disidencia. El objeto de este texto es iniciar una cadena de preguntas que nos sirvan para continuar compartiendo saberes entre nosotres y con las personas que han trabajado a nuestro lado a lo largo de los últimos seis meses, así como con les futures participantes en este proyecto de investigación y con quienes leéis este texto. El texto no busca conclusiones sino que, a través de un ensayo conversacional, se propone participar en la construcción de un relato contranormativo opuesto a las tecnologías psiquiátrico-psicoterapéuticas de normalización y a los modelos hegemónicos biomédico y biopsicosocial de “salud mental”.**

** (En adelante y hasta que encontremos otra expresión más conveniente, escribiremos “salud mental” entre comillas para expresar nuestras dudas sobre el uso de este término; incluso si aceptásemos la definición dicotómica generalizada de la salud como ausencia de enfermedad, seguiríamos afirmando que ni locura y ni el sufrimiento psíquico son enfermedad.)

A renglón seguido, imaginamos desde Bruselas, Madrid y París, a través de una perspectiva loca y crítica en “salud mental”, un nuevo modelo de reducción de riesgos en “salud mental” como herramienta para construir narraciones que nos permitan, dentro de nuestras comunidades queer, desertar de la normalidad del sistema cishetero, capitalista, colonial y patriarcal.

El camino recorrido hasta la publicación de este texto nos ha permitido comenzar a tejer alianzas políticas y artísticas con varias personas a quienes queremos agradecer su complicidad. La cita de Talya en el texto proviene de una serie de conversaciones mantenidas en francés durante el primer ejercicio preparatorio para este proyecto que fueron transcritas por Héloïse Prax-Jacques. Escribimos este texto en castellano, y el colectivo Other Ways To Care se encargó de su traducción al inglés. Este texto está ilustrado con un retrato que Loup Caccia nos hizo en Bruselas durante nuestro periodo de residencia en Kaaitheater. Joëlle Bacchetta hizo un retrato de Talya y Alberto que no acompaña a este texto, pero que Komplot publicó en 2020. Gracias también a Jon Rodríguez Forrest por la lectura de un primer borrador.

Alberto y Fátima
Bruselas y Madrid, junio de 2021

 

Alberto vive en Bruselas, es un escritor y administrativo de arte dedicado a la colaboración en procesos queer y contranormativos para la creación artística, y forma parte de la iniciativa de arte queer Buenos Tiempos, Int.

Fátima vive en Madrid y es artista y activista en en “salud mental”, queer y antirracista, además de ser una de las fundadoras de Orgullo Loco Madrid.

Héloïse vive en Bruselas y es escritora, performer, radiofonista, tarotista y activista queer.

Joëlle vive en Bruselas y es una escritora y artista interesada en la búsqueda de nuevas estrategias y formas de contar historias desde una perspectiva feminista y queer.

Jon vive en Bruselas y es activista de la izquierda política.

Loup vive en Bruselas y es une trabajadore de la imagen, fotógrafe y creadore de vídeo, y activista queer, feminista y trans.

Other Ways to Care es un colectivo londinense que surgió de la voluntad de imaginar formas alternativas de cuidados inspiradas en prácticas activistas y colectivas que cuestionan, se oponen y se separan del modelo neoliberal y la creciente privatización e individualización de la atención en “salud mental”.

Talya vive en París y es escritora, activista queer y especialista en proyectos sociosanitarios.

 

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Alberto

¿Cómo nos conocimos nosotres dos?

En diciembre del año pasado, yo acababa de completar un periodo de residencia con Talya. Habíamos llevado a cabo un ejercicio preparatorio para nuestro proyecto de investigación. Yo conocí a Talya en 2011 en Marsella durante las UEEH (Universités d’Été Euroméditerranéennes des Homosexualités) (Las universidades de verano euromediterráneas de las homosexualidades), un encuentro autogestionado de personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, queer, intersexuales, asexuales, no binarias, GSD (Gender and Sexually Diverse People) (Personas de género y sexualidad disidentes) y feministas que promueve el intercambio, la transmisión y el compartir de conocimientos en un espacio de vida y de gestión colectiva. En la primavera del año pasado, durante el primer periodo de confinamiento en Europa tras la erupción de la epidemia*** de covid 19, Talya y yo hablamos muy frecuentemente por teléfono. Yo estaba en Atenas y Talya en Amiens. En otoño de ese mismo año, durante nuestra residencia y coincidiendo con un segundo confinamiento en Europa, negociamos e imaginamos juntes como convivir, sobrevivir, transformarnos y converger políticamente.

*** (Si bien es más común el uso del término “pandemia” para hablar de covid 19, hemos optado por utilizar “epidemia” en este texto para evidenciar el impacto desigual que este virus y las medidas médicas, legales y policiales de contención del mismo han tenido y tienen sobre personas y comunidades de diferente clase, género, etnia, sexualidad… dentro de un mismo territorio, y entre diferentes territorios. Utilizamos covid 19 en minúsculas como un sustantivo común que no habla de una enfermedad, sino de una experiencia política y social colectiva.)

Semanas después de mi residencia con Talya, te mandé un correo electrónico para invitarte a participar en un segundo ejercicio preparatorio para el mismo proyecto, esta vez en Kaaitheater. Yo había seguido en internet la formación de Orgullo Loco Madrid en 2018 en la que participaste. Vuestra perspectiva queer de abordar el activismo loco me había ayudado a acceder a un relato político sobre mi propio sufrimiento psíquico en relación con mi participación en activismo y arte queer, y en otros espacios en los que se comparten saberes queer, desde 2009.

Tú y yo nos conocimos en 2008 en Madrid, y nos veíamos de vez en cuando en el Nasti, una discoteca de maricas “modernas” en el barrio de Malasaña. Creo que la última vez que nos habíamos visto fue en una verbena madrileña en el verano de 2017 o 2018. No habíamos compartido un espacio comunitario queer politizado hasta que nos lo hemos procurado nosotres mismes este pasado mes de febrero en Bruselas.

Casi escribo aquí una pregunta, pero en realidad lo que quiero es empezar por agradecerte la semana que pasamos juntes en Bruselas en febrero y pasarte la palabra.

Fátima

Alberto, la que te tiene que dar las gracias soy yo, y mucho. Para mí ha sido un punto de inflexión el colaborar en este proyecto contigo. Poder reunirnos dentro del escenario de la epidemia de covid 19, poder viajar y poder movernos en un momento en que las reuniones se hacen por Zoom y que, incluso, es imposible reunirnos con las personas de los colectivos a los que pertenecemos. También quiero agradecerte el poder llevar el discurso de Orgullo Loco Madrid más allá del Estado español, el poder trasladar las violencias que sufrimos en el sistema de “salud mental” español, la patologización y la vulneración de derechos humanos en la practica psiquiátrica al ámbito en el que se desarrolla este proyecto.

Hace años, cuando estábamos en el Nasti evadiéndonos y sin tener todavía claro el compromiso con la militancia política, no podía imaginar que algún día tendríamos la suerte de tener un espacio en el que colaborar. En especial un lugar que fuese seguro, sobre todo en estos tiempos inciertos.

Otra cosa que quiero agradecerte es que, a raíz de este proyecto, retomé lecturas sobre los activismos queer, y fui capaz de imaginar, enlazar y asociar la idea hegemónica del modelo biopsicosocial de “salud mental”, basado en la enfermedad mental, en relación la construcción binaria de género.

Me gustaría lanzarte la siguiente pregunta: ¿Crees que podríamos interpretar (perfomar) el sufrimiento psíquico para sacarlo de los corsés de los modelos biomédico y biopsicosocial hegemónicos? ¿Cómo podríamos hacerlo?

Alberto

Cuando pienso hoy en mi experiencia con las tecnologías psiquiátrico-psicoterapéuticas, más precisamente mi experiencia de la psicoterapia con una psiquiatra, comprendo haber participado en un ejercicio de normalización, al menos en parte. Fue un ejercicio de normalización que me pertrechaba de herramientas para desarrollar actividades normales; actividades a las que la sociedad hegemónica otorga el valor de normalidad. Quede ahí ese ejercicio.

En paralelo a aquella psicoterapia, yo tuve y tengo acceso a interacciones con amigues involucrades en el pensamiento y el activismo queer. Juntes pudimos partir de nuestras vivencias de sufrimiento psíquico para interrogarnos sobre nuestra propia psicofobia internalizada**** y aquella que existe dentro y fuera de nuestras comunidades. Estas conversaciones me sirven para dotarme de una visión crítica que me permite entender hoy mi experiencia con la psicoterapia como, entre otras cosas, un ejercicio de normalización.

**** (Traduzco aquí del término francés “psychophobie”, que tú y yo utilizamos frecuentemente durante nuestro tiempo de residencia en Bruselas.)

Es crucial para mí esta toma de conciencia para poder cuestionar las tecnologías de la psicoterapia y tener un acercamiento crítico a un proceso del que he sido parte. Con este ejemplo intento explicar la utilidad de una óptica politizada, parcial e interesada sobre la cuestión de la construcción histórica y política que es la “salud mental” para poder crear un pensamiento disiente de las tecnologías normalizadoras que son la psiquiatría y la psicoterapia.

Respondiendo ahora a tu pregunta con más preguntas, yo diría: ¿Sería posible reivindicar una conversación sobre el sufrimiento psíquico desde una posición politizada y nítidamente situada? Por extensión, ¿cómo sería posible hacer proliferar discursos alejados de los modelo biomédico y biopsicosocial hegemónicos? ¿Cómo podría reclamarse un foro de intercambio político en que esos modelos hegemónicos de “salud mental” no sean la referencia? Creo que mucho de esto ya lo tenéis entre manos en el movimiento del Orgullo Loco.

Y ahora, teniendo en cuenta más particularmente nuestro proyecto: ¿Cómo podemos crear espacios para hablar de sufrimiento psíquico en nuestras comunidades queer? ¿Podemos hacerlo desde la crítica de las tecnologías psiquiátrico-psicoterapéuticas? Y, mientras lo hacemos, ¿cómo podemos movernos hacia un modelo de ayuda mutua y aprendizaje colectivo evitando toda aproximación moral?

Fátima

Me interesa mucho todo lo que estás planteando, que nos coloca en un espacio de conocimiento situado, que me parece el más adecuado para empezar a pensar las preguntas que planteas.

Pero antes de seguir, me gustaría señalar un pequeño matiz sobre la palabra “psicofobia”, que utilizamos bastante durante la semana en Kaaitheather, y es que incluso los términos que intentan ir contra la discriminación que sufrimos las personas psiquiatrizadas pueden caer en perpetuar precisamente aquello contra lo que estamos luchando, es decir, si consideramos la psicofobia como una opresión contra las personas psiquiatrizadas podemos acabar validando la existencia de los trastornos mentales, por ejemplo, o al intentar igualar a otras categorías de opresión como el racismo o la homofobia. Aquí el problema no es que existan personas que experimentan sufrimiento psíquico, que es algo que todas las personas vivimos, el problema es cómo se trata ese sufrimiento psíquico desde el planteamiento de la psiquiatrización, que lo considera una enfermedad por la que deben ponerte una etiqueta diagnóstica, medicalizarte o realizarte un ingreso involuntario, etc. Me parece interesante traer aquí la palabra “agateofobia”, que significa el miedo o temor irracional a la locura, me parece divertido que hasta el miedo a la locura tengo algo de diagnóstico… En fin, necesitamos encontrar términos que no perpetúen un sistema de personas locas y cuerdas, como si fueran categorías naturales y fijas. Quien decide que eres una persona loca, al final, es siempre el psiquiatra. Existe, pues, una asimetría de poder y unas reglas sobre lo normativo y lo patológico.

Sobre las preguntas que planteas, creo que es más que necesario reivindicar la importancia de hablar del sufrimiento psíquico atendiendo a todas las ópticas de análisis. De hecho, parte de la complejidad de todo lo que rodea a la locura es la variedad y amplitud de campos de conocimiento que se han arrogado su estudio, como la filosofía, la antropología, la historia, la sociología, la biología, la economía o la teología. Se ha asumido que la locura pertenece al campo de la medicina, pero “el dolor del alma” no tendría por qué formar parte de la sanidad, sino que podría estar más bien en el ámbito de los derechos sociales.

Para generar discursos críticos, alejados de los modelos biomédico y biopsicosocial hegemónicos, creo que debemos, por una parte, construir discursos sólidos que rompan con esos modelos desde todos los foros en los que tengamos oportunidad de hacerlo, y por otra, generar un cambio de paradigma. En nuestro colectivo Orgullo Loco Madrid estamos aprendiendo que alzar la voz no sirve de mucho si no te acompañan el resto de compañeres de lucha, y con ello me refiero a les compañeres queer, feministas, antirracistas, etc.

Lo bueno de que exista poco es que está todo por construir. Respecto a tu última pregunta sobre cómo reclamar un foro de intercambio político fuera de la referencia del modelo hegemónico, me atrevo a preguntarte: ¿Cómo podríamos hacer algo así a escala, primero europea, y más tarde, transcontinental? ¿Puede servir un proyecto como el nuestro de semilla para construir algo así? ¿Nos faltan referentes en los que apoyarnos?

Creo que la epidemia de covid 19 nos ha empujado a todas las personas a ser más conscientes de nuestros malestares psíquicos, por lo que este momento me parece excelente para hablar de sufrimiento psíquico en nuestras comunidades queer, desde una perspectiva crítica de la “salud mental”. Así mismo, me parece un buen momento para generar espacios colectivos de escucha y de apoyo mutuo, en el que el apoyo no solo sea material, sino también de cuidados, donde me parece fundamental que toda persona pueda expresar cómo se siente, sin sentirse juzgada, ni expulsada, ni abandonada a una práctica psiquiátrico-psicológica.

Igualmente creo que es un buen momento para que en nuestras comunidades queer se comprenda que, igual que históricamente se ha patologizado todo lo relacionado con la sexualidad y el género, sucede lo mismo con el sufrimiento psíquico y la locura. Y ahora que en el Estado español, por ejemplo, estamos dando la batalla por una ley para las personas trans que incluye la reivindicación de la no patologización ni psiquiatrización, creo que es importante desde la pedagogía, que empecemos a plantearnos en nuestras comunidades queer por qué se aceptan una serie de psiquiatrizaciones y otras no, y que dejemos de ser policías de la norma más allá del género. Primero empecemos a generar espacios seguros y necesariamente críticos con la psiquiatrización, y poco a poco, quitaremos cargas morales, y, seguramente, avanzaremos en pensarlo todo desde ópticas que todavía ni imaginamos. Para empezar: ¿Qué estás imaginando ya, Alberto?

Alberto

Muchas gracias por abrir nuestra conversación para incluir una multiplicidad de cruces entre el pensamiento histótico antipsiquiátrico, el contemporáneo loco y el queer. Voy a intentar responder a tus preguntas sobre cómo imaginar nuestro proyecto, en qué referentes basarnos y como crear redes ahondando en cómo estamos intentando participar en la elaboración de lenguajes para la disidencia y la confluencia política de personas embarcadas en múltiples tareas de creación discursos contra-normativos.

Cuando me preguntas, Fátima, sobre cómo imaginar nuestro proyecto, me parece pertinente decir a les lectorxs de este texto que estamos preparando encuentros de artistas y activistas queer con el objeto de crear estrategias colectivas de oposición al “saludismo”.***** Y lo hacemos desde la consciencia del giro moralizante y saludista que siguió a la erupción de la epidemia de covid 19 en 2019 y 2020 y contando con la herencia política y artística que la comunidad queer recibe del activismo entorno a la epidemia de sida desde los años 80 hasta hoy. Para oponernos al saludismo, en estos encuentros proponemos pensar en modelos de reducción de riesgos, que son un conjunto de prácticas utilizadas en activismos queer y de salud y en campañas sociosanitarias de salud pública que pretenden reducir los eventuales impactos negativos de un comportamiento social sin juzgarlo

***** (Traducimos “saludismo” del inglés “healthism”: un sistema de opresión que considera la salud como propiedad y responsabilidad del individuo, y juzga a las personas según su nivel de salud o enfermedad, un nivel que la medicina y la ley se encargan de determinar.)

Habiendo hablado anteriormente de la psiquiatría y la psicoterapia en tanto que tecnologías de normalización, continúo por preguntarme y preguntarte: ¿Cuáles son los riesgos de aquellos comportamientos sociales no normativos que son psiquiatrizados y/o cuya modulación se arroga la psicoterapia? Si, como se hace desde el movimiento internacional del Orgullo Loco, llamamos a una resignificación del término “locura”, ¿cuáles son los riesgos de la locura?

La locura y el sufrimiento psíquico, y su expresión pública y desobediente (como tú bien dices: “el problema no es que existan personas que experimentan sufrimiento psíquico, que es algo que todas las personas vivimos, el problema es cómo se trata ese sufrimiento psíquico”), conllevan claros riesgos legales (es conocido el caso de la cantante y músico estadounidense Britney Spears, quien desde 2008 hasta hoy vive bajo la tutela médica y jurídica de su padre tras haber sido psiquiatrizada), médicos (comprendiendo la psiquiatrización como riesgo y no como ”cura” o “tratamiento”), laborales, económicos y de sociabilidad, entre otros. La modulación de estos riesgos va pareja a las opresiones sistémicas del machismo, el racismo, la transfobia, la homofobia, el clasismo, etc. Yo he aprendido estas consideraciones de movimientos de activismo loco y de su intersección con luchas feministas, antirracistas y queer. Pero quiero preguntar: ¿Cómo imaginas una nueva perspectiva de modelos de reducción de riesgos creada desde el espacio del activismo en “salud mental”? ¿Qué intereses podría tener el activismo en “salud mental” en crear esta nueva perspectiva?

Pensar en la reducción de riesgos dentro de nuestras comunidades queer me guía hacia una pregunta que estructura nuestro proyecto: ¿Es posible imaginar una respuesta colectiva a los riesgos? Y por extensión: ¿Cómo podríamos generar cambios en nuestras comunidades para asegurar, entre otros, el “derecho a la locura” del que habláis desde el movimiento del Orgullo Loco?

Es posible que en el futuro, nuestro proyecto y sus encuentros de artistas y activistas queer nos acerquen a respuestas para estas preguntas, o, quizás, nos muestren cómo reformularlas, pero para ello necesitamos crear estrategias con las que “reclamar un foro de intercambio político fuera de la referencia del modelo hegemónico”, tal y como dices anteriormente en este texto. ¿Cómo hacerlo?

Quiero compartir aquí una idea que podría ayudarnos a imaginar cómo salir de modelos hegemónicos y saludistas y que proviene de una conversación que tuve con Talya en 2020 durante un ejercicio preparatorio para este mismo proyecto. Talya habla de “desertar” como estrategia de desobediencia y disidencia. En mi conversación con Talya, hablando de profilaxis y de la transmisión del coronavirus, ella explica a través de su experiencia:

Je fais des arrangements tous les jours entre la considération pour les multiples enjeux épidémiologiques – la transmission, la vulnérabilité, les oppressions qui se jouent autour de cette circulation de virus – et la considération de mes besoins qui participent à ma vie et qui sont manifestement plus essentiels que ce que l’opinion publique et les directives légales et réglementaires ne l’accordent. En ce sens la résistance est l’ambivalence qui est la plus difficile sur le plan politique. Pouvoir à la fois dire que cette crise révèle des inégalités systémiques criantes et violentes qui mettent en danger des personnes que la société a vulnérabilisée et que cet ordre sanitaire participe aussi à la destruction de nos vies. En tout cas à leur amoindirissement, leur inconsidération, leur illégitimité, leur caractère non essentiel. L’essentiel c’est la vie familiale hétérosexuelle. Ca ne me concerne pas. Ce n’est pas ça qui va me faire vibrer, vivre et exister. Je ne veux plus attendre d’être validée. Je ne veux pas me faire honneur de n’avoir pas attrapé ce virus comme preuve de légitimité dans cette société. Je le pose parce que j’ai vu notamment au travail qu’être en bonne santé et rester en bonne santé sont des termes extrêmement normatifs. Tomber malade c’est un peu ne pas être à la hauteur des enjeux. Je ne veux plus jouer sur ce terrain là. Je veux déserter toutes ces oppressions pour aller vers une manière d’être à moi-même.” (Sopeso todos los días entre la consideración de las múltiples cuestiones epidemiológicas – la transmisión, la vulnerabilidad, las opresiones que se desarrollan en torno a esta circulación de virus – y la consideración de mis necesidades, que forman parte de mi vida y que son claramente más esenciales para mí que lo que la opinión pública y las leyes y reglas les conceden. En este sentido la resistencia es la ambivalencia más difícil políticamente. Poder decir al mismo tiempo que esta crisis revela desigualdades sistémicas flagrantes y violentas que ponen en peligro a personas a las que la sociedad ha hecho vulnerables, como que este orden sanitario también participa en la destrucción de nuestras vidas. En todo caso, que contribuye a su debilitamiento, a su desconsideración, a su ilegitimización, a su carácter no esencial. Lo principal es la vida familiar heterosexual. Esa vida no tiene nada que ver conmigo. No es lo que me hará vibrar, vivir y existir. No quiero esperar más para ser validada. No quiero enorgullecerme de no haber contraído este virus como prueba de legitimidad en esta sociedad. Lo digo porque he visto, particularmente en el ámbito del trabajo, que estar sane y mantenerse sane son términos extremadamente normativos. Enfermar es un poco como no estar a la altura. No quiero jugar más en este terreno. Quiero desertar de todas estas opresiones para ir hacia una forma de ser que me sea propia.)

¿Desertamos? Y si decidimos desertar, Fátima, ¿cómo lo hacemos? Y, ¿de qué desertamos?

Fátima

Alberto, me parece muy interesante lo que me planteas sobre imaginar una nueva perspectiva de modelos de reducción de riesgos en el ámbito de la “salud mental”, y es una idea que al activismo en “salud mental” nos interesa mucho, puesto que, este enfoque sólo se ha trabajado en relación con la adicción. Me gustaría explicar que en el modelo de reducción de riesgos en el campo de las adicciones se respeta el que una persona decida libremente si drogarse o no y el enfoque va más a la reducción del riesgo de una sobredosis o a que la persona viva en condiciones dignas. Considero interesante un enfoque de reducción de riesgos en “salud mental”, donde el riesgo se sitúe en la psiquiatrización y la reducción consistiría en evitarla y en evitar un malestar psíquico que muchas veces puede tener solución con un poco de apoyo o, simplemente, con que se cubrieran las necesidades materiales de todas las personas. Creo que este podría ser el punto de partida para encauzar el cambio de paradigma que necesita la “salud mental”.

Me parece que una buena forma de establecer este modelo es no dejando que las presiones de la vida cotidiana sean tan asfixiantes que hagan explotar a las personas. Si pudiéramos reducir riesgos en el trabajo, por ejemplo, cambiando ciertas situaciones o asegurando el respeto de los derechos laborales más básicos, podríamos prevenir el estrés y futuras crisis de muchas personas. De la misma forma, en el entorno familiar, si pudiéramos brindar a adolescentes otros espacios seríamos capaces de reducir los riesgos de una crisis y su consecuente psiquiatrización. Insisto en que la mejor forma de reducir el riesgo de la psiquiatrización sería haciéndola desaparecer. Si existiesen las casas de crisis en vez de los manicomios, no sería tan horrible enloquecer.

Me preguntas cuales son los mayores riesgos de la locura y creo que el mayor riesgo es precisamente la psiquiatrización. En nuestra sociedad se considera enfermedad cualquier comportamiento que se salga de la norma o que no entendemos o que no nos gusta. Patologizamos la maldad: cuando una persona hace algo que consideramos que es malo la llamamos psicópata. De la misma forma, cuando una conducta no entra en lo que consideramos adaptado, la patologizamos. Tenemos normas para todo y a la persona las incumple la dejamos fuera.

Para imaginar una respuesta colectiva a los riesgos, estaría bien que fuésemos capaces de incorporar a nuestras demandas el derecho a la locura, que va muy ligado al derecho a no sufrir la psiquiatrización, el derecho a no recibir diagnóstico y a no sufrir violencias psiquiátricas de ningún tipo. Para operar cambios en nuestras comunidades y asegurarnos dicho derecho debemos erradicar tanto el miedo como el concepto de peligrosidad que se ha ligado a la locura, así como el concepto determinista de la biología con la enfermedad mental. Y, por último, pero no menos importante, debemos hacer mucha pedagogía que insista en una perspectiva crítica en “salud mental” y un cambio de paradigma.

Pensando en el futuro, y en estrategias para reclamar un foro de intercambio político fuera del modelo hegemónico, y en como llevar estas estrategias a cabo, deberíamos seguir varios pasos. Primero, encontrarnos entre nosotres para ser capaces de generar formación y pedagogía para que se nos unan más personas. Segundo, tejer redes, empezando en nuestras ciudades y extendiéndolas poco a poco fuera de ellas. Y tercero, uniéndonos entre diferentes movimientos y activismos. Es clave generar nuestros propios espacios, nuestra propia literatura y arte para que, siendo capaces de diseminarlo, ninguna persona que esté por ahí, más desligada, se sienta sola y no tenga donde referenciarse.

Sobre tu invitación a desertar, creo que tú y yo, y por supuesto Talya, llevamos ya un tiempo desertando. Desertamos del sistema cishetero y normativo de género y desertamos de la psiquiatrización que marca lo “enfermo” y lo “sano”.

La única salida ante un modelo hegemónico está en los márgenes del activismo y en el poder encontrarnos entre nosotres, quizá la única forma de desertar sea la de cogernos de la mano y negarnos a seguir la corriente.

Desertar de un modelo hegemónico de normalidad en un sistema capitalista, colonial y cisheteropatriarcal me parece la única salida posible. Y con todas las personas que deserten, con nosotres, Alberto, crear nuestro propio ejército desobediente, de resistencia y de militancia loca, queer y anticapitalista.

 

(Nota del 10 de junio de 2021. En este momento continuamos nuestro proyecto con el apoyo de a/r asbl art-recherche y erg école de recherche graphique, mediante una beca de investigación de un año de duración del Fonds de la Recherche en Art (FRArt), parte del Fonds de la Recherche scientifique (F.R.S.-FNRS) en Bélgica.)


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